4. Don Amadeo

don Amadeo y su mujer se enfurruscaron en esa época más o menos, con el Mercedes recién comprado, que fueron a Cartagena, nada menos a recogerlo. Aprovechando las casi siete horas de trayecto, Aurora, que así se llamaba la mujer de don Amadeo, le planteó la nueva situación: que en cuanto llegasen a Sevilla, ella hacía la maleta y cogía el camino. Y como no era cuestión de deshacer el trato del Mercedes, (y no habiendo nadie interesado en su compra), no tuvo otra alternativa don Amadeo, que pasaba por un mal trance personal y profesional, que ponerse al frente del negocio familiar, renunciando a su empleo como maestro en la escuela de don José Vara, donde por cierto, cobraba una miseria.

Como quiera que su mujer tenía claro que la que se iba era ella (con un novio que conoció en un funeral, pero eso sólo lo sabía ella) y como tenía algo de remordimiento por largarse con otro, le dejó a don Amadeo la casa, los chismes y el Mercedes, todo en usufructo claro está, para que tuviera un domicilio y una ocupación con la que pudiera ganarse la vida. A cambio, don Amadeo todos los meses enviaba un giro a un apartado de correos, con un sesenta por ciento de los beneficios del negocio, lo cual podría considerarse como un trato ventajoso. Aquí paz y después gloria, los esposos Amadeo Rubianes Pozo y Aurora Gravalosa Mencía quedaron divorciados por la única vía disponible en la época, que básicamente consistía en conseguir tres acuerdos: el primero era llegar a un reparto lo menos injusto de las posesiones; el segundo, ver quién se queda con los hijos (que por no haberlos no fue motivo de discusión) y el tercero y no menos importante: perderse de vista para siempre, a ser posible con tierra de por medio. Esta última capitulación fue cumplida con extremosidad germánica por Aurora Gravalosa, que no volvió a ser vista por ningún familiar, vecino ni, por supuesto, su marido. En cuanto a don Amadeo, sin saberlo, sentó un digno precedente en el delicado trance de poner fin a un matrimonio, sin tirarse los trastos a la cabeza, sin juez, sin una voz más alta que otra y sobre todo, algo que nunca se agradecerá lo suficiente, sin abogados. Años después, Andrés tomaría buena nota de cómo hacer las cosas cuando ocurrió lo suyo con Feli. Finalmente don Amadeo llega a casa. Abre la puerta, entra rápidamente para que no entre la calor y cierra de un portazo tan firme que hace saltar los llamadores con forma de garra. La puerta queda cerrada a cal y canto. Junto a la hoja de la puerta puede verse una placa con un angelote de Murillo y el texto:Copy-Past Pág. 29 FUNERARIA LA GLORIA Amadeo Rubianes SE ATIENDEN AVISOS 24 HORAS Tras la siesta y el café negro que le pone punto final, don Amadeo, en camiseta de tirantas y pantalón corto de verano. se sienta en la mecedora y echa un vistazo a la planilla de funerales. Dentro de una hora más o menos espera la llegada de Evaristo Laguna, el chófer del Mercedes y empleado para todo, trayendo de vuelta las treinta y siete sillas del servicio a domicilio correspondiente a doña Encarnación Diallo, que se enterró por la mañana después de una noche de velatorio afortunadamente fresquita. Calcula rápidamente el total de servicios prestados que ascienden a quinientas doce pesetas con tres céntimos, coge el teléfono y marca un número que parece conocer de memoria: - ¿Ocaso? ¿quién eres, Puri, Maribel? Natividad, buenas tardes, para que me autorices el sepelio de Encarnación Diallo García. Ayer. Traslado a cementerio, corona tipo dos, arreglo de cara y esquelita. Treinta y siete. La misa la dejó pagada ella. En total quinientas doce pesetas con tres céntimos. La caja la pagó la familia. El suplemento, vamos. El DNI lo tengo yo, luego te lo mando. Suena un claxon en la calle. En un santiamén termina la conversación telefónica, se echa la sahariana por encima y acude a abrir las puertas del cocherón. En la puerta está el Mercedes con Evaristo Laguna al volante. Le hace señas de que baje la ventanilla, se acerca y percibe el fresquito del aire acondicionado del interior del coche. - ¿Le has puesto gasolina? - Lo he llenado, doscientas pesetas, casi. - Ea, pues para dentro. Mañana hay un servicio temprano ¿qué prefieres lavarlo ahora o mañana a las seis? - Mañana con la fresquita, si eso. Evaristo cierra la ventanilla, mete la primera y embraga despacito hasta que el coche es engullido por el cocherón. - Pásate luego por la azotea si quieres. Estarán Julián Coronado y el Calvo -dice don Amadeo. Evaristo, que ya ha abierto el portón y empezado a descargar sillas le responde que dependiendo de lo cansado que esté irá o no irá.Copy-Past Pág. 30 - Bueno. Deja la puerta abierta, Evaristo, por si van llegando - le indica don Amadeo. Cuando amanezca, lo que le apetezca -murmura don Amadeo mientras se dirige a la azotea, a darle un baldeo con la manguera. Y a las macetas. No es mal propósito y, como le pasa a menudo, le da vueltas a la frase una y otra vez, repitiéndola en su interior, a veces pronunciándola en voz baja, como ponderando el valor del aforismo: “Cuando amanezca, lo que le apetezca.” Unas veces riega como si baldease, pillando el extremo de la manguera con el pulgar y el índice, formando una pinza que hace que el chorro llegue más lejos y moviéndolo de arriba a abajo. “Cuando amanezca, lo que le apetezca.” Y otras veces afloja la pinza consiguiendo un caño más abundante -según se necesite- en ambos casos haciendo que la solería libere el calor acumulado durante el día. La llegada de su primer invitado, don Gregorio, le pilla preparando unos tomates con sal y disponiendo trozos de huevo duro sobre un plato de pimientos asados. - A la paz de Dios. ¿Se puede pasar? ¿Ha llegado Andresito? Apenas ha coronado la escalera, jadeante, vuelve a preguntar: - ¿Viene Andresito, verdad? - Ya es Andrés, don Gregorio, que como diría el padre de Arriaza, ya tiene muchos pelos en el sobaco -apostilla el anfitrión- y sí, invitado está, por lo menos. Poco a poco van llegando dos, tres, cuatro invitados más. La azotea es, a estas horas, el sitio más agradable donde estar de toda Sevilla. Una brisa ligera que viene directa del pinar a poniente trae, además de aire fresco, olores a pino y eucalipto. Otros días, cuando viene de levante trae, además de calor, el mal olor del vertedero. Una primera ronda de botellines dispone espontáneamente a los invitados de pie, en parejas y se inicia un primer tanteo de conversaciones mientras se repiten los saludos una y otra vez a medida que distintos invitados van de un corrillo a otro. Después vienen la manzanilla fresca y los platos con aliño, puestos en la mesa y ya ocupando cada cual su asiento. Ahora ya hay una sola conversación que, de momento, va por derroteros literarios. Julián Coronado sostiene que un autor, para ser prolijo en descripciones de lugares, no necesita haber viajado mucho, sino haber leído mucho. - El efecto de la imaginación, su producto más inmediato, es precisamente ese: la capacidad de recrear una situación y un lugar sin que esta situación se haya producido nunca, ni el lugar tenga un trasfondo real.Copy-Past Pág. 31 - Vamos, que sólo está en la cabeza del escritor, que no ha ocurrido nunca -observa otro. - Bueno, eso es así hasta que queda constancia, normalmente por escrito, pero también cuando es pronunciada en público: desde ese momento y hasta donde la memoria alcance, la realidad imaginada es indistinguible de la vivida -apostilla Julián - En mi opinión, claro. Silencio. La manzanilla fresca se abre paso por el gaznate con extrema facilidad y cierto achispamiento flota en el ambiente. don Amadeo, que como buen anfitrión estimula el flujo de la conversación, deja que el silencio se mantenga durante unos segundos antes de él mismo disponerse a decir algo: - Fijaos en lo que ha dicho Julián para rematar: “en mi opinión” El alcance de esa expresión, a menos que se diga de cachondeo o retintín, se extiende al fundamento mismo de la democracia, no me imagino yo a un totalit… dic… esas …smas palabr…n mi..pnión… El estruendo de la moto va muy lentamente en aumento porque Bienvenido padre hoy va despacio, saboreando el fresquito de media noche. El estruendo, digo, va invadiendo poco a poco y sin remisión posible todo lo que va alcanzando: corrales, dormitorios con las ventanas abiertas y patios con colchones en el suelo. Y azoteas. Pero lo realmente sorprendente es la expresión de don Amadeo, que va mucho más allá de un gesto de simple contrariedad: es fastidio profundo, irritación supina hasta ahora nunca vista o nunca manifestada. Andrés cree estar ante una nueva versión de don Amadeo muy diferente a la habitual, que suele ser educada y contenida, cuando oye de sus labios: - Bienvenido, me voy a cagar en tos tus muertos. Un día de estos te doy un susto. Y Bienvenido, completamente ajeno a las azoteas y a los cabreos que causa a su paso, deja el ritmo lento y pega dos acelerones y recorre el resto de la calle con la rueda delantera en el aire. don Amadeo, visto y no visto, se levanta, coge una maceta con geranios y la tira por encima de la barandilla, estrellándose en el asfalto con gran estrépito, dos segundos después de pasar la moto. Bienvenido padre tuvo suerte después de todo. Y don Amadeo tuvo suerte después de todo. Silencio en la azotea. Son cinco las veces que se escucha la misma o parecida frase: - Es tarde, mañana tengo cosas que hacer. - Yo también.Copy-Past Pág. 32 don Amadeo permanece quieto y en silencio, con la mirada perdida mientras los que se van le dan una palmada en el brazo o en los hombros, sin mirarle a los ojos, y se marchan. - Vamos don Amadeo, yo le ayudo a recoger, dice Andrés. don Amadeo estuvo unos días sin dejarse ver por el casino. Por fin, el domingo de la semana siguiente, aparece en la sala de los periódicos, como si nada hubiera pasado: corrige las tareas de Andrés del último día y le toma la lección de historia: Hispania Prerromana. Habla un poco de esto, un poco de lo otro, sin ponerle mucha intención. Finalmente, se decide a pedirle un favor importante: - Tengo un funeral esta tarde, a las cinco nada menos. Domingo a las cinco de la tarde y hoy torea El Cordobés: espero que los deudos no sean muy taurinos porque si no, no va acudir ni el tato. ¿Quieres acompañarme y me ayudas? Tengo a Evaristo malo, con diarrea, y el servicio requiere dos personas. ¿Te impresionan los muertos? Mira que de aquí te puede salir un futuro con la vida muy resuelta… Andrés finalmente accede, por mor de no desairarle. don Amadeo, ajeno a esta reticencia, le invita a comer para poder empezar el servicio cuanto antes. De vuelta al domicilio de don Amadeo, se asean un poco y Andrés se prueba el traje de Evaristo. La chaqueta y la corbata tienen un pase, pero los pantalones y los zapatos le quedan chicos. Aún bajándose los pantalones todo lo posible queda pantorrilla a la vista. Vuelta a lo de antes: a Andrés le da apuro echarse atrás. Además, desde el incidente con Bienvenido, siente que don Amadeo quiere decirle algo. Mejor cuanto antes. Salen para el cocherón. - Venga don Amadeo, que total, no vamos a un desfile. - Que te crees tú eso. Es justo a lo que vamos. Y el protagonista del desfile es este -y hace un gesto apuntando al coche- Anda coge un trapo y tú por un lado y yo por otro, el coche en diez minutos tiene que quedar reluciente. - ¿Y el servicio que vamos a hacer en qué consiste? - En principio, Andrés, no tiene mayor complicación: recogemos al finado en su domicilio, en Mairena y lo llevamos a Carmona, al crematorio, para que lo incineren mañana temprano. Y ya está. Dan por concluida la limpieza, arrancan el coche, lo sacan a la calle y se ponen en marcha. Yendo camino de Mairena, don Amadeo le da unos cuantos consejos más:Copy-Past Pág. 33 - Decía, recogemos al finado y, si no está ya en la caja, lo metemos nosotros y despacito tiramos para Carmona. Despacito es la clave. Y recuerda esto y grábalo en mármol: al Mercedes no se le para el motor nunca. Y el aire acondicionado, jamás de los jamases. Bueno, y tampoco te quedes mirando al finado, ni le saques parecidos, ni… - Como si morirse fuera lo más natural – dice Andrés. - Y es lo más natural -sentencia don Amadeo. Ya callejeando por Mairena, la proximidad al domicilio viene anunciada por los numerosos deudos que invaden la calle. La visión del coche fúnebre precipita en algunas mujeres lamentos renovados y abrazos entre ellas. Algunos hombres también se abrazan. A Andrés se le hace un nudo en la garganta. Dejan el furgón frente a un escaparate y bajan. - Vamos, vamos Andrés -le dice don Amadeo al oído, mientras los deudos les hacen un pasillo- que esto es coser y cantar, nosotros a lo nuestro. Dentro de la casa, dos filas de familiares, con un hueco entre ambas, zigzaguea por pasillos y habitaciones , indicándoles el camino. Huele a alhucema y a las flores de las dos coronas que hay en el salón. Entran en el dormitorio y, primer alivio para Andrés: el finado, o la finada, está ya en el ataúd, con una gasa tapándole la cara. - Siento mucho su disgusto -dice Andrés a la que más llora. Don Amadeo toma la iniciativa y se dispone a cerrar la caja. Pero antes: - Si no se han despedido ustedes, ahora podría ser el momento. Más abrazos, jipíos que parten el corazón, uno de los deudos les hace un gesto: - Cuando ustedes quieran. don Amadeo coge la tapa, la pone encima y se asegura de que está bien cerrada. Le hace un gesto a Andrés y cogen cada uno por un extremo de la caja. Pesa como tos sus muertos dice el botones de forma inaudible y se le escapa un atisbo de carcajada, que suprime a tiempo. De vuelta al sitio donde está el coche, pasan delante del escaparate y Andrés no puede evitar echar un vistazo a su reflejo y repara en que está embutido en un pantalón al menos tres tallas por debajo de la suya. - Siento mucho su disgusto -dice Andrés a una señora mayor que es la que más se acerca. Por toda respuesta, esta le da un pellizco en el culo. Andrés no sabe donde meterse.Copy-Past Pág. 34 Por fin suben el ataúd, cargan las dos coronas y ambos se instalan en los asientos súper frescos del Mercedes. Quita el freno y el furgón fúnebre empieza a moverse primero despacio hasta que llega a la avenida, después un poquito más rápido. - Vamos a hacer una pequeña estación de penitencia en la Iglesia de la Anunciación, simplemente saldrá el párroco con el hisopo. Abrimos el portón y presentamos el ataúd para que el cura lo bendiga. Después, Carmona y a casa. Un grupo de una docena de dolientes forma una pequeña comitiva peatonal detrás del coche. Andrés echa una ojeada: entre los que la forman está la señora mayor del pellizco, pero no comenta nada porque le da vergüenza. don Amadeo le enseña una palanca entre los asientos. - Es el acelerador de mano, para no estar regulando la velocidad con el pie, que es incomodísimo. Ocúpate tú de darle más o menos según el grupo se vaya comportando. Andrés experimenta con la palanquita y el coche prontamente obedece yendo un poquito más rápido o un poquito más lento. En plena faena de ajustar la palanquita don Amadeo le suelta: - ¿Tú estás detrás de Feli, la hija del Administrador, verdad? Otra vez como un tomate, se toma su tiempo en balbucear: - Sí, bueno sí , nos hemos visto un par de veces, y bueno, ella se pasa de vez en cuando por el casino y me pregunta cosas del instituto, que no se le dan tan bien… - ¿Por ejemplo? -Le pregunta don Amadeo, entre curioso y divertido. - Por ejemplo, lo de los países que están cerca de los polos… - ¡Ah y por eso me lo preguntaste a mi primero, andarrián! No sabía que estaba haciendo de Cyrano. En fin, ojalá cuaje. Porque hacéis muy buena pareja ¿Y el padre, sabe algo? - Pues mire don Amadeo, algo se malicia – Andrés repara en que la comitiva se ha quedado muy atrás. La única capaz de corretear agarrada a la trasera del furgón es la señora mayor del pellizco. - ¡Pare, pare un momentito, que me he despistado! don Amadeo frena bruscamente y una fracción de segundo después se escucha un crujir de huesos al darse la señora mayor de bruces con la carrocería. Ambos se bajan de inmediato a auxiliarla, mientras el resto del grupo de dolientes recupera el terreno y acuden a prestarle socorro.Copy-Past Pág. 35 - ¿Está usted bien Dolores? Dolores Delgado parece de acero, se sacude el vestido nada más levantarse y sonríe de forma beatífica: - No se preocupen -dice -estoy acostumbrada a caerme del borrico, camino del coto. Acto seguido le hace señas a Andrés para que se acerque. - Date la vuelta. Andrés se teme otro pellizco, pero no. Dolores saca del bolso un pequeño costurero, coge un trozo de tela de color oscuro, enhebra aguja e hilo y cose en un santiamén la culera del pantalón donde un buen roto dejaba el calzoncillo y parte de la pierna a la vista. Andrés, otra vez rojo de la vergüenza se deja hacer y cuando Dolores le dice “ya está”, se deja encasquetar dos besos como dos soles. El cura párroco, que lleva cinco minutos impaciente con el hisopo en ristre, ajeno a los motivos por los que la comitiva se ha detenido, opta por no esperar más y ser él mismo el que avance los escasos 50 metros que separan al coche de la puerta de la iglesia. A paso ligero y seguido de cerca por dos monaguillos al borde de la deshidratación, cubre la distancia en pocos segundos. No sale de su asombro cuando descubre lo que parece uno de los empleados de la funeraria con el pecho apoyado en el capó del coche fúnebre, mientras una señora menuda le trastea nalgas y taleguilla. Renuncia a comprender qué está pasando y procede a solventar de forma expeditiva el trámite que los tiene a todos allí reunidos: - Familia y amigos todos -dice el párroco- daros todos por bendecidos, incluida nuestra queridísima Purificación García Ponce de León, que Dios misericordioso recogerá sin duda en su… – hace un gesto indicando al otro funerario que se abstenga de abrir el portón y que deje el féretro donde está - …en su gloria. Y en su infinita sabiduría, Dios entiende que estamos en verano, que son las cinco de la tarde, que hace calor y -en ese momento se escuchan los compases de un pasodoble proveniente de una ventana abierta de par en par- y que en fin… que Ego te absolvo in nomine patris et filii, etcétera. El cura salpica con agua bendita la trasera del coche y da por terminada la ceremonia. El resto del trayecto hacia Carmona se hace eterno a cuenta de las coronas. En cuanto el coche se acerca a 50 kilómetros por hora empieza a oírse el crujido de los tallos y el aleteo de las cintas con el grabado que invariablemente termina en “…no te olvidan” en letras doradas. - Andrés, ¿tú sabes conducir? - Algo sé -responde, pillado por sorpresa- los pedales, las marchas y eso. - ¿Le echas valor? - ¡Venga! don Amadeo para el coche en el arcén e intercambian los asientos. Le explica cuatro cosas y utiliza el acelerador de mano para que el coche no se cale. Con un poco de estruendo, el coche se incorpora al carril. Segunda, tercera y ya se vuelve audible el aleteo de las cintas. - No lo pases de 40. Lo más sobresaliente de todo es que, a pesar de ser un tapón para los demás conductores nadie toca el claxon ni demuestra enfado cuando Andrés conduce erráticamente zigzagueando entre arcén y carril. - Tú mira al frente, no corrijas en corto. Para cuando llegan a Carmona, Andrés, cada vez más desenvuelto y familiarizado con la conducción, se atreve a llegar hasta la misma puerta del cementerio. Allí dejan el féretro en una sala refrigerada, en espera de incineración mañana a primera hora. El viaje de regreso corre a cargo de don Amadeo. Aliviado de peso, sin coronas y sin doña Purificación, el Mercedes corta el viento a más de 100 kilómetros por hora. don Amadeo, aprovecha para aliviar su propia carga de disgusto por su incontenida reacción del otro día, con todo lo que pasó con la moto de Bienvenido. - Sobre todo lo de la maceta -dice don Amadeo – de buena me he librado. De vuelta a la funeraria, y una vez han dejado el coche repostado, limpio y en su cocherón, dan por terminado el servicio. Andrés, a toro pasado, se permite hacer bromas mientras recoge restos de flores del habitáculo: - don Amadeo, hasta bendecido hemos dejado el Mercedes. Andrés renuncia a coger los diez duros que don Amadeo le ofrece, pero sí acepta la invitación a cenar. Mientras don Amadeo corta jamón, Andrés sube a la azotea platos con tomates aliñados y pimientos fritos. También coge la manguera y refresca aquello un poco.Copy-Past Pág. 37 El agua cae a la calle por la barandilla abajo y se oye protestar a alguien. Se asoma y ve a don Gregorio caminando por la acera. De tres saltos se planta en la cocina y le comenta lo de don Gregorio a don Amadeo, que le responde: - Sí, sí, se acerca muchas noches por aquí. Qué sorpresa más agradable se va a llevar cuando te vea, je, je. Por cierto, también se acercará Emilia, la gobernanta, que viene de vez en cuando… La cara de Andrés delata lo que pasa por su cabeza. Como para confirmarlo, don Amadeo añade con un estudiado desapego: - Ahí está el teléfono. Dile a Feli que se acerque también. La velada transcurre apacible. Otra vez manzanilla fresca para todos menos para Andrés, que bebe despacio un botellín. Al final no pudo ser lo de Feli. Le faltaron redaños para superar la pregunta “¿de parte de quién?” de la breve conversación telefónica con su madre, concluyéndola con un lacónico: - Es igual, déjelo -antes de colgar, taciturno y triste. Es curioso -piensa Andrés- todo esto de hablarle a Feli, cómo lo cambia todo. Antes, era la perspectiva de estar con ella lo que le hacía feliz. Ahora es su ausencia la que le hace sentir miserable. Esta noche está un poco a su aire, salvo por las miradas furtivas de don Gregorio, algo que le divierte más que le molesta. El comentario de la noche es el episodio del roto del pantalón. - Ay Andrés, lo que hubiera dado yo por ser esa vieja. Yo coso una hartá de bien, ¿lo sabías? Mientras, con manos gráciles y desenvueltas repasa la costura improvisada de Dolores, dejando el pantalón en un muy aceptable estado. - Anda pruébatelo aquí mismo Andrés. - ¡Que el pantalón no es mio, don Gregorio! - ¡Ah pues entonces que se lo pruebe el Laguna en su casa! A pesar de la carcajada general se percibe que es una noche más para conversar que para reírse. - Amadeo, ¿te queda manzanilla? - pregunta Emilia. Andrés, sorprendido por la familiaridad, mira a Emilia, que le devuelve la mirada sonriendo: - Fuera del casino es, simplemente, Amadeo. Y tú Andrés, deberías hacer lo mismo, ¿no Amadeo?Copy-Past Pág. 38 Don Amadeo, ceremonioso, quita el tapón de la botella y sirve más manzanilla a Emilia y a don Gregorio. Luego coge otro botellín de la nevera, le aparta el hielo que se le ha quedado pegado, lo abre y se lo da a Andrés, recogiéndole el que tenía, recalentado y a medio terminar. Coge su manzanilla y la levanta en el aire. -Por Andrés, por vosotros, en esta azotea somos todos amigos. ¡Por nosotros!. Chocan los vasos entre sí, unos con más virulencia que otros, según el grado de achispamiento. Más brindis, por los ausentes, incluida Feli. Andrés da un sorbo largo al botellín. Inseguro aún acerca de cuándo es prudente empezar el tuteo. Le echa valor: - Ejem, Amadeo, ¿te acuerdas de cuando me dabas clase en la escuela de don José Vara? - Me acuerdo, me acuerdo. Estabas siempre sentado en la misma banca, con Lope de compañero, ¿me equivoco? - No. ¿Y por qué te fuiste del colegio? Hay un hiato en el que nadie dice nada. don Amadeo apura su manzanilla. Se sienta, mira la hora. Hace un gesto. Mira la hora otra vez. - Bienvenido tiene que estar a punto de pasar. Se dirige al cuarto de herramientas. Apenas ha recorrido tres pasos cuando Emilia lo para en seco. -Quieto parao, Amadeo. La escopeta de plomillos, ni tocarla. - Mujer, un susto nada más. Para que pase por otra calle, sólo eso. - Ni se te ocurra. don Amadeo alza los brazos al aire. Desarmado. Retoma la pregunta. - ¿Que por qué me fui del colegio? Porque tengo muy mal pronto, por eso. - Le dio una guantá a un alumno -dice don Gregorio. Lo echaron. -don Amadeo, que parece haber recuperado de golpe la sobriedad, mira a don Gregorio, agradeciéndole el haberle ahorrado contarlo él mismo. ¿Y cómo habéis visto la faena de El Cordobés? -pregunta alguien.Copy-Past Pág. 39 La casualidad, quiere que Bienvenido no pase esta noche. En su lugar se escucha una voz que, con no poco talento, se arranca y canturrea. Mi copla por los rincones, dejarla que venga y vaya. Que estoy llorando a canales las penas de los Amaya.Copy-Past Pág. 40 Copy-Past Pág.41