2. Andresito

El 12 de enero de 1970, la tarde está fría. Con un rumbo que le llevará al Casino, Andrés Martínez padre va a buen paso calle peatonal arriba con su hijo, tan alto como él. Tarda en cubrir el trayecto porque se para a saludar. Conoce a casi todo el mundo y con frecuencia se topa con alguna amistad con la que intercambia algunas palabras. Está demasiado lejos como para entender qué dice. Hace gestos con la cabeza y con las manos, apuntando a Andresito, que viste una pelliza y permanece callado aunque de vez en cuando, en respuesta a los gestos de su padre, asiente con la cabeza.

Reanudan la marcha y apenas avanzan unos metros cuando saludan a otro conocido. Otra vez los mismos gestos, sólo que ahora sí que llegan fragmentos del monólogo: “…va teniendo una edad…”, “… da muchas vueltas”, “…más quisiera yo”, “…sudor de su frente”. Andrés padre se despide, avanza y vuelta a saludar a otro vecino y repetición de los mismos aspavientos. Gaspar, el conserje-botones-mozo presto a jubilarse del hotel-casino, afina el oído y espera pacientemente a que padre e hijo estén más cerca para poder enterarse de la totalidad de las explicaciones, cuando inoportunamente acierta a pasar Bienvenido padre con su moto y su estruendo. Esta vez toca hacer el caballito, por su mano y a contramano. Por unos segundos, la vida civilizada en la calle se detiene hasta que a Bienvenido padre le da la gana de parar la moto o irse a otra parte: en esta ocasión, ocurre lo primero.

  • Capullo este de la moto, no reventara -maldice Gaspar.

Por fin llegan al casino. Andrés padre pregunta por el administrador al conserje, que había salido raudo, todo lo raudo que su edad le permitía, a su encuentro para indicarle imperiosamente que Andresito debía esperar en la puerta. En el casino hay pocas excepciones a una regla no escrita, aunque podría haberlo estado en aquellos años: en el casino no entran niños ni mujeres. Pasa el padre al despacho del administrador y se quedan fuera los dos, a tres metros de distancia y mirándose fijamente a los ojos. Por una parte, Gaspar, con su figura encorvada y llena de achaques tras cincuenta y pico de años haciendo recados y acarreando peso de un lado para otro. Por otra, Andresito, con la vitalidad,

apostura y buena disposición de catorce años de buena crianza. Se miran largo y tendido, ambos imaginan sin dificultad lo que Andrés padre y el administrador están negociando. Gaspar rompe el silencio, hace un gesto e inicia una escueta ceremonia de relevo dando consejos al chico:

  • Trabájate bien lo de las propinas y no te gastes todo en tabaco. Y mira que no

te pillen sentado. Andresito asiente con la cabeza, tal y como lo lleva haciendo desde que salieron a las cinco de casa y durante todo el recorrido hasta aquí. Esta escena, aunque no oída, está siendo vista por algunos socios desde la cristalera del casino. - Pecado de Omisión -dice uno de ellos. - ¿Lo qué?, dice otro. - Pecado de Omisión -dice don Amadeo de pie al fondo de la sala de lectura – Ana María Matute. Historias de la Artámila. Salió impreso hace ocho o nueve años. - ¿Uno de tus antiguos alumnos de primaria, Amadeo? -dice el primero, dejando el periódico en la mesita. - Lo fue. Y de los buenos. Aplicado, disciplinado y servicial -dice don Amadeo – ¡Dios mío, lo ciego que puede estar un padre!, ¡lo ciego que puede estar un adulto! - Ciego no -apostilla don Gregorio - que guapo es con ganas! Ojalá se quede en el puesto de Gaspar y ya tengo quién me alegre la vista todas las mañanas. Carcajada general seguida de silencio absoluto cuando Andresito repara en la cristalera. Son más de las cinco y se está haciendo de noche. La luz de la sala de lectura se proyecta hacia fuera y al chico le pica la curiosidad de qué habrá al otro lado. Hace una especie de arco con las manos y apoya la frente en ellas, casi tocando el cristal, concentrándose en lo que parecen contornos distorsionados de figuras, personas moviéndose.

Dentro de la cristalera el revuelo es mayúsculo. Todos, salvo don Amadeo y los catatónicos, corren a la parte trasera, temerosos de ser pillados en el acto de espiar vidas ajenas. Alguien dice “la luz, apagad la luz”. Pero no hace falta llegar a ese extremo. Andrés padre sale y repara en su hijo escudriñando detrás del cristal. Los de la cristalera lo ven venir, pero poco pueden hacer: Andresito recibe un par de coscorrones y un gañafón extra en honor del administrador, que había salido también a dirigir unas palabras al chico:

  • Andresito, mañana y todas las mañanas, de momento, te quiero en mi

despacho a las 6. Vas a trabajar con nosotros, de momento a prueba un par de semanas. Y luego ya veremos. Me dice tu padre que sabes leer, escribir y hacer algunas cuentas. Ocasión tendrás de demostrarlo. De momento vienes como aprendiz o mozo, pero ya iremos viendo. “De momento” es la fórmula elegida para indicar lo que mucho después sería un contrato en prácticas. - Andresito -dice el padre- da las gracias al Sr. Administrador. - Gracias -murmura el chico- en tono apenas audible. - Recuerda, Andresito: con ganas de trabajar, aseado, peinado y afeitado. Bueno afeitado no necesitas. Y ya nos iremos conociendo. A la mañana siguiente su padre lo despierta abriéndole la puerta de la habitación: - Hijo, las cinco. No hay más remedio.

Andresito se frota los ojos, se quita el pijama y da un tiritón, Su madre le dice desde la cama que se ponga los pantalones claros y la camisa de diario, que están las dos cosas limpias. Y un jersey, y la pelliza. Que se abrigue, que estamos en enero y hace mucho frío en la calle. Andresito abre un momentito el ventanuco y deja que entre Barón, el gato, que pasa la noche fuera casi siempre.

  • Caliéntate la leche que hay en el cazo. Y mígale pan, si quieres.

El padre, una vez que comprueba que Andresito está despierto, aseado y vestido se mete de nuevo en la cama, no sin antes usar el orinal, que el cuarto de aseo está helado. Andresito desayuna y antes de irse, entra un momento en el cuarto de los padres. Les da un beso a cada uno. - Ten cuidado, hijo – dice la madre. - Haz bien las cosas, hijo – dice el padre. Andresito está a punto de salir del cuarto y de repente se vuelve: - ¿Cuánto me van a pagar? ¿y cuándo me vuelvo? - Tú no tienes que pensar en eso ¿me oyes? Tú haz caso a lo que te digan. Y ni se te pase por la cabeza hablar de dinero con nadie. Y vete ya. -le dice el padre con algo de impaciencia, Algo se le acaba de pasar por la cabeza sabiendo que el despertador no volverá a sonar hasta las seis y media.

Andresito sale a la calle y el relente lo acaba de despertar. Las calles están desiertas y tan sólo encuentra a un panadero, que va tarde, a un barrendero, al churrero (canturreando), y a un guardia civil fumando en la puerta del cuartelillo, debajo del cartel “Todo por la Patria”. Uno tras otro, menos el agente de la autoridad, dan los buenos días a Andresito, y a ninguno responde porque tiene la boca helada tras la solapa de la pelliza. Es curioso, ayer mismo en la escuela el profesor les habló en clase del frío que hace en las ciudades cerca de los polos, donde hay seis meses seguidos de día y seis meses seguidos de noche. Eso fue ayer mismo y ahora acaba de caer en la cuenta de que hoy es su primer día sin ir al colegio. Y sin despedirse siquiera de Lope, su compañero de banca.